La biología del hábitat o bioconstrucción estudia la relación del ser humano con su entorno edificado.
La palabra bioconstrucción está compuesta de dos palabras “bio” y “construcción”, por lo que estamos hablando de “construcción para la vida".
La bioconstrucción emerge como el ideal arquitectónico que busca el bienestar del ser humano en el sentido más amplio posible: la salud física y emocional de los humanos, la salud medioambiental gracias a los criterios de la arquitectura sostenible y el estímulo socioeconómico alrededor por el empleo de recursos locales y cercanos.
Integra los objetivos de la sostenibilidad medioambiental (eficiencia energética, bajas emisiones en carbono, materiales y estructuras con el mínimo impacto posible, soluciones bioclimáticas tradicionales o de última generación, construcción ecológica, etc.); los beneficios de la arquitectura saludable para las personas, desde el confort sensorial a la calidad del ambiente interior (algunos estudios indican que el aire doméstico puede estar hasta cinco veces más contaminado que el exterior) y las ventajas para la economía local por el uso de soluciones y materiales autóctonos.
En una visión multidisciplinar, trasciende la arquitectura en sí y alcanza la psicología cuando asume criterios de la neuroarquitectura (colores, altura de los techos, iluminación, distribución, etc.) para diseñar espacios emocionalmente estimulantes, acogedores, que favorezcan la comunicación, el sosiego o la productividad.
Incluso integra la sociología, por ejemplo al diseñar distribuciones flexibles que se adaptan a nuevas necesidades como las de varias familias que comparten espacio doméstico o de profesionales que teletrabajan en casa.
Pero no somos pioneros.
Muchos animales arquitectos habitaban ya la tierra antes de nuestra llegada y por sus soluciones y adaptaciones merecen la etiqueta de primeros bioconstructores y neuroarquitectos... y nuestra admiración, protección y humildad para aprender de ellos.
